La mala política

HACE meses me mostraron una foto: tres muchachas completamente desnudas, esbeltas, atractivas. La primera por la izquierda se suponía que era Angela Merkel. El fondo era una playa nudista, la de Prerow, en el Báltico. Cuánta frescura en todos los sentidos hasta llegar a canciller. Todos tenemos pasado. El mío es más modesto en todos los sentidos. Y no juzgo lo que no me importa. Sin embargo, es imposible dejar de contar los peldaños, por ejemplo, que en Samarkanda llevan al cementerio. Y también en cualquier lugar. El mismo número los de bajada y los de ascenso. Quizá la labor de los políticos consista en indicar y embellecer ese trayecto. O en suavizarlo. Y en evitar la desnudez involuntaria, la extrema delgadez por hambre involuntaria. La carencia de techo involuntaria. Si no es así, la política entera es una mierda: dañina, injusta, cultivadora de desigualdades, trincona y ocultadora de riquezas. Una mafia oscura, una secta de sordos en todo lo que sea dolor ajeno, necesidad y despido obligado. Y eso, ya, no. (O la campaña electoral de la Merkel, con un coste en promesas de 29.000 millones: ¿eso es taparse las vergüenzas?).